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Ocurrió en una presitigiosa galería de arte contemporáneo en Barcelona. Un turista que visitaba la Ciudad Condal decidió entrar a ver una exposición monográfica de un artista libanés sobre los estados de ánimo del ser humano, se sentó a admirar una obra y se quedó dormido frente a ella.
Quiso la casualidad que un magnate qatarí entrara a los pocos minutos en la sala, y después de observar al hombre dormitando durante un buen rato, atraído por el realismo de la obra, que incluso parecía respirar, ofreció una suma desorbitante por ella. Lejos de aclararse el entuerto antes de llegar a mayores, tenemos que decir que el visitante despertó cuando ya tenía envueltas las piernas con papel de burbujas y estaban a punto de liarle la cabeza.
«Yo entré en la galería porque se estaba fresquito y acababa de comer, la exposición era de esas para gafapastas, así que me senté a descansar y se ve que estaba tan a gustito que me quedé frito. Si me despierto unos minutos más tarde, me tienen ya metido en el cajón rumbo a Qatar», se quejaba amargamente el señor que fue comprado.
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