Va todos los días al trabajo disfrazado de anciano para que le cedan el asiento en el metro.
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Hay gente con cara, y luego está nuestro protagonista. A. M. D. afirma a nuestro medio, sin ningún tipo de arrepentimiento, que todos los días se caracteriza como un hombre mayor para así conseguir que en el Metro algún alma caritativa le ceda el asiento.
Todos los días repite la misma rutina, se levanta, se asea, desayuna, mete la ropa de reponedor de supermercado en una bolsa, y se encamina a la estación de Metro que dista escasos 100 metros de su casa. Luego allí, a esperar el tren de las 7:30 y a esperar que alguien más educado que él le ceda el asiento.
«Es que luego tengo que estar muchas horas de pie y me canso muchísimo. Vivo al lado de la primera estación, y tengo que llegar a la última», nos comenta. De todas formas, afirma sin rubor que él también hace su sacrificio. «Vestido de abuelo no puedo llevar los auriculares puestos, ni echar un Clash Royal, con lo que al final voy descansado, pero aburrido».